LA CANCIÓN DEL JACARANDÁ
María Elena Walsh
“Al este y al oeste
llueve y lloverá
una flor y otra flor celeste
del jacarandá.”
Al encuentro con la belleza
Estaba llegando a la Ciudad de México, un domingo con una hermosa luz, que teñía su alrededor dándole un dejo radiante a todo lo que tocaba, estaba total y absolutamente prendada de la luminosidad que el día regalaba.
La carretera por extraño que pareciera venía vacía y el andar del autobús pausado, sin ningún escollo hacía que fluyera en una sensación de total relajamiento.
Sin ni siquiera notarlo las horas pasaron y muy prontamente estábamos en los accesos de la ciudad, cuando de repente frente a mis ojos se apareció un árbol de jacarandá en flor.
Broche de oro para culminar eL viaje, pues no me lo esperaba, de ahí en adelante por todas partes se los veía, con sus flores lilas-celestes, adornando el entorno y anunciando que la primavera ya está a la vuelta de la esquina.
“La vieja está en la cueva
pero ya saldrá
para ver qué bonito nieva
del jacarandá.”
Llegué a la terminal de autobuses con la alegría del recibimiento que la ciudad me hacía, inundada de luz y de colores.
En el viaje en taxi a mi destino, iba cruzando la capital y los jacarandas aparecían por todo el alrededor.
De repente te apareciste con una sonrisa que inundó mi alma de un regocijo indescriptible, ahí estabas, eran los jacarandas quienes te evocaban, ese árbol que era de tus predilectos, habías plantado uno en tu jardín.
Había crecido grande y frondoso, daba una hermosa sombra a todo su alrededor, sin embargo algo pasaba con él, no florecía.
Primavera tras primavera se llenaba de sus pequeñas hojitas, más allá que sus flores seguían guardadas.
Todos los años la misma pregunta:
-¿Será que un día florecerá?
Así fue, cuando ya en la realidad se habían perdido todas las esperanzas, sucedió que muy tímidamente dejó aflorar sus primeros petalitos de los colores del cielo, sin embargo una sola rama los regaló.
De cualquier forma la alegría se dejó sentir.
“Se ríen las ardillas,
ja jará jajá,
porque el viento le hace cosquillas
al jacarandá.”
Desde ahí juntas como en los viejos tiempos cuando nos reíamos y disfrutábamos de las aventuras locas que se nos ocurrían, salimos cámara en mano en un recorrido por los alrededores de donde me hospedaba, donde ellos abundan por todas partes, pues México no solo es la ciudad de los palacios, sino además de estos árboles.
Caminando, caminando, por donde los jacarandas nos llamaban, fuimos recorriendo diferentes partes, descubriendo lugarcitos escondidos de esos que resguardan la belleza y el asombro.
Así en ese andar entre veredas llenas de sus florecitas que delicadamente caían cuando la brisa las mecía, nos quedamos extasiadas mirando cómo volaban de un lado, de otro y la sonrisa aparecía pues era como si una lluvia celeste nos bañara con su frescura.
“El cielo en la vereda
dibujado está
con espuma y papel de seda
del jacarandá.”
Sus colores unidos a otras flores que también aprovechan a inundar el espacio en esta época, traían con ello el espíritu de renacimiento.
Así fuimos de un lado para otro, recorriendo calles, parques, disfrutando de esa visión que se transformaba cuando el viento decidía jugar con las florecillas.
En esos momentos nos deteníamos, me maravillaba de ese espectáculo que la Vida nos regalaba y el poder volver a sentir esa compañía tuya que ya se había perdido en el tiempo, después de tu viaje a lo Eterno.
“El viento como un brujo
vino por acá:
con su cola barrió el dibujo
del jacarandá.”
Y sin darnos cuenta el atardecer nos encontró, mirando su puesta en un callejoncito donde dos avenidas lo enmarcaban, más allá que ahí no se sentía el maremagnum de la gran ciudad, resguardadas en él, mirábamos como se colaba entre las ramas con sus tonalidades doradas que hacían más de sueño el momento.
Así poquito a poquito fuimos desandando nuestros pasos sin dejar de mirar las alturas pues ahí, si ahí, realmente era donde se desarrollaba ese presente de los Cielos para gozo del alma y me demostraba cómo los tesoros de la Vida en cualquier lugar quedan protegidos para aquellos que los saben mirar.
Para ti, que en algún lugar andarás modelando nubes.
María Elena Walsh, fue una poetiza, escritora, cantante argentina que escribió muchas canciones y cuentos para niños, “La canción del jacaranda”, fue una de ellas, la cual fue musicalizada por Palito Ortega.
Aquí se las dejo para aquellos que quieran volver a sentir y alegrarse con la ternura de la niñez.
“Si pasa por la escuela,
los chicos, quizá,
se pondrán una escarapela
del jacarandá.”
Ciudad de México
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GRACIAS A TODOS!!!! SALUDOS!!!!
Preciosa esta entrada tan poética y florida. Un cordial abrazo
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Gracias, un abrazo
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Gracias por rebloguear, te mando un abrazo grande y feliz fin de semana
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Gracias por compartir la inmensa belleza de estos árboles en flor, realmente son hermosos y enigmáticos, hacen que la ciudad se disfrute de otro color. Saludos.
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Sí, la ciudad se viste con ese colorido que encanta a la mirada y nos alegra el corazón, gracias Yle, un abrazo
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